-“Son las nueve”, dijo.
Hice cálculos y empecé a correr. Estaba en Leicester Square,
tenía la estación de metro a 100 metros.
Bajé las escaleras como nunca “perdón, perdón”. La gente
debía pensar “¿A dónde irá este un domingo con esa prisa?”.
Yo no pensaba, corría. Mi corazón más.
Entro en el metro.
Pienso que el metro nunca ha ido tan lento.
Llego a Russell Square, subo en el ascensor de la estación.
Salgo y corro girando por la manzana de la izquierda. Llego a mi hostal. Pido
la maleta.
-¿Un taxi?.
-Tardará unos 10 minutos en llegar.
No tengo ese tiempo,
-“Déjalo”.
Salgo. Corro. Llego a la calle principal. Cruzo casi sin
mirar. Busco un autobús…, un taxi libre.
¡Un autobús!.
Corro a la parada. Lo pierdo.
Justo detrás llega otro. Semáforos en verde.
Llego a la estación. Corro por el hall, ¿De qué andén sale? ¿De
qué andén?...
Voy a información,
- “Andén 3”.
Corro.
Nueve y veinte. He llegado. Sólo quedan 2 minutos para que
salga mi tren.
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Todo el día tan feliz, despreocupado y conociendo nuevos
lugares, pero sin saber ¡Que este fin de semana era el puñetero cambio de hora!.